El aprendiz del deseo by Noelia Amarillo

El aprendiz del deseo by Noelia Amarillo

autor:Noelia Amarillo [Amarillo, Noelia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2014-03-01T05:00:00+00:00


La recompensa

Domingo, 23 de mayo de 2010

DEBO de estar loco —musitó Zuper en el mismo momento en que el agua fría cayó sobre su cuerpo.

Había hecho exactamente lo que le había ordenado Alba: había llegado a su casa a las tantas de la madrugada, excitado, cardíaco y con dolor de huevos, se había hecho la paja del siglo encerrado en el cuarto de baño —en su habitación era imposible, la compartía con tres jóvenes más—, y tras eso, se había metido en la cama. A meditar. Porque dormir, lo que se dice dormir no había dormido nada. Y como consecuencia había pasado toda la noche empalmado y luchando contra la tentación de meneársela un poquito, solo una pizca de nada, lo justo para correrse un par de veces y poder descansar tranquilo. Pero no lo había hecho. Porque era un hombre de palabra, y había tomado una decisión. No se masturbaría, aunque su polla y sus huevos estuvieran totalmente decididos a llevarle la contraria y hacérselo pasar mal.

Y ahí estaba ahora, a las nueve de la mañana, una hora totalmente excepcional para tratarse de un domingo, bajo la ducha, rogando para que el agua fría calmara un poco su ardor. Bajó la mirada a su entrepierna, su pene erecto se bamboleaba desafiante sobre su pubis depilado. Suspiró, tomó la alcachofa de la ducha, y sin darse tiempo a pensar lo que iba a hacer, la dirigió directamente a sus genitales.

—¡Joder, joder, joder! —jadeó dando golpes a la pared con la mano libre mientras su erección por fin disminuía, eso sí, no se lo recomendaba a nadie. Una cosa era darse un baño en el mar para bajar un poco el ardor, y otro enfriar por las bravas la excitación de toda la noche.

Cuando se hubo asegurado de que la erección que no le había permitido dormir había quedado reducida a cenizas, o mejor dicho, a cubitos de hielo, salió del cuarto de baño, tomó la servilleta que Alba le había entregado y comenzó a leerla. Cuando acabó, volvió a entrar en el baño. Necesitaba otra ducha. ¿Qué tendría esa mujer que con solo leer sus órdenes se ponía cardíaco? Iba a resultar un reto muy, pero que muy complicado de cumplir.

Una hora después, estaba en la calle, frente al sex-shop que Alba le había indicado en la nota, y era una suerte que estuviera abierto. Necesitaba con urgencia comprar el trasto que le había sugerido para controlarse y no caer en la tentación. Entró decidido, preguntó al dependiente por el CB6000 y luego boqueó como un pez al descubrir exactamente lo que era. Escuchó atento sus explicaciones sobre como colocárselo y, por último, lo pagó —¡menudo precio, esperaba que mereciera la pena!—. Abandonó la tienda erótica mirando a su alrededor como si fuera un delincuente. Esperaba que nadie descubriera jamás lo que acababa de comprar, lo tomarían por loco.

Ya en casa se encerró en el cuarto de baño y se dio una nueva ducha. ¡Solo con pensar en el motivo



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